El pasado 04 de enero llegó La sociedad de la nieve a Netflix y solo tardó una semana para convertirse en un fenómeno global. La más reciente película del director español Juan Antonio Bayona (El orfanato/Lo imposible) es la más vista de la plataforma en 88 países con 22,9 millones de visualizaciones en siete días. No me extraña. Es una joya.
La cinta retrata el archiconocido accidente aéreo ocurrido el 13 de octubre de 1972, cuando el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que transportaba al equipo de rugby Old Christians Club de Montevideo a Chile, se estrelló en el corazón de Los Andes, en el llamado Valle de Lágrimas, a 3,570 metros sobre el nivel del mar.
Sólo 29 de sus 45 pasajeros sobrevivieron aquel día, y sólo 16 salieron vivos tras permanecer 72 días en uno de los entornos naturales más hostiles e inaccesibles del planeta. ¿Qué tiene entonces esta historia que aún sabiendo el final nos ha vuelto a cautivar a todos? Eso que Freud llamó la pulsión de vida.
La épica de Los Andes, la historia más increíble que ya fue llevada al cine en 1993, y que el escritor Pablo Vierci –compañero de colegio de los sobrevivientes– vuelve a contar con estremecedora exactitud en el libro en el que está basado el guion de la película, nos demuestra el tamaño del espíritu humano cuando se trata de sobrevivir.
En este sentido, el trasfondo filosófico de La sociedad de la nieve es muy potente. A casi cuatro mil metros de altura, a treinta grados bajo cero, sin abrigo ni comida, ¿cuál es el sentido de la vida? ¿Qué es lo correcto y lo que no? ¿De dónde proviene esa fuerza que nos hace proteger nuestro aliento a cada minuto?
El director J.A. Bayona ha comentado en varias entrevistas que la película solo fue posible con el visto bueno de los sobrevivientes (solo 1 de los 15 ha fallecido a la fecha), quienes deseaban que la historia dejara de verlos sólo como héroes. La película deja claro que tras el terror de lo vivido, fue el reconocerse mutuamente, sin distingos o jerarquías, y ofrecer su cuerpo al otro (antropofagia como un acto de comunión), lo que les permitió mantenerse con vida.
La sociedad de la nieve no se filmó en Los Andes como podría pensarse. El escenario real de los acontecimientos sigue siendo demasiado lejano y peligroso para una filmación. Rodaron en Sierra Nevada (España) y sin cromas, pero en el montaje se insertaron tomas del Valle de Lágrimas hechas especialmente para la película.
Años pasaron para que el proyecto pudiera llegar a las salas de cine. J.A. Bayona insistió filmar la historia en castellano, pero la mayoría de los productores interesados dudaban de si una historia adaptada en su idioma original conseguiría el interés de la audiencia global. Otro mito Netflix acaba de derribar y nos recuerdan las críticas que recibió la reciente versión anglosajona de Napoleón.
Con más de 400 horas rodadas, una fotografía y una banda sonora impecables, los efectos visuales están al nivel de un reparto de actores maravilloso, casi desconocido, y cuya química nos permite hablar de otro de los grandes temas de la película: la amistad. “En la antigüedad, era la ley humana más importante, y en ella se basaba todo el sistema jurídico de las grandes civilizaciones. Más allá de las pasiones, de los egoísmos, esta ley, la ley de la amistad, prevalecía en el corazón de los hombres”, escribió Sandor Márai en su libro El último encuentro en el que describe a la amistad como una de grandes hazañas del ser humano.
Es precisamente la escena antes de la llegada del alud que los sepultó bajo la nieve durante 4 días, en la que vemos cómo la amistad, el sentido del humor y la poesía también pueden salvarnos del horror, mi favorita de la película.
Lo cierto es que estamos ante una película absolutamente vitalista, que vuelve a recordarnos la fuerza del espíritu humano. ¡No dejen de verla!