Napoleón es la película más vista del planeta en este momento. La recaudación ya supera los 80 millones de dólares y seguirá creciendo en las próximas semanas. La biopic de Ridley Scott sobre uno de los personajes más famosos de la historia ha causado todo un debate entre cinéfilos e historiadores así que lo primero que queremos aclarar es que no pretendemos entrar en esa batalla.
Como ficción cinematográfica, Ridley Scott (Gladiador, Robin Hood, Blade Runner) y el guionista David Scarpa se han permitido más de una licencia para contar 25 años de la vida del francés más universal. Aunque la veracidad del vestuario (maravillosamente ejecutado) no ha sido puesta en duda.
La película inicia con un evento ampliamente desmentido por los historiadores en la prensa estos días, la presencia de Napoleón el día que María Antonieta (la última reina de Francia) fue llevada a la guillotina. Lo cierto es que estos primeros 30 minutos de película fue los que menos disfruté.
La elipsis que nos cuenta el contexto post revolución francesa y el ascenso de Napoleón a las altas esferas del poder político y militar es tan rápida que me lleva a preguntarme si era necesaria. Quizás solo valga la pena por el encuentro del protagonista con el amor de su vida, la singular Josephine Bonaparte.
Interpretada por la actriz Vanessa Kirby, este personaje es quien balancea el guion y nos aporta la mirada más humana e íntima de Napoleón. Aparece en escena con un pelo corto disparatado (que también nos habla de como la ex aristócrata se salvó de la guillotina por estar embarazada), y evoluciona hacia un personaje que se mueve entre el interés, el amor y el aburrimiento hacia su pareja, sobre todo cuando de sexo se trataba. La película nos habla de una intimidad entre ellos carente de todo erotismo y sensualidad. Napoleón iba al grano y en menos de 3 minutos ya estaba satisfecho.
Pero la rebelde Josephine no se quedó de brazos cruzados. Le dio guerra con sus infidelidades –que incluyen coqueteos con uno de sus enemigos: el zar Alejandro de Rusia– y la infertilidad que marcó sus años de matrimonio y produjo su separación. En una de las mejores escenas de la película, Napoleón le reclama su incapacidad de embarazarse con la frase, “estás vacía”, y ella responde, “y tú gordo”. Sin duda, otro de los aciertos de la cinta fue incluir la correspondencia que ambos sostuvieron a lo largo de su tormentosa relación.
Napoleón es una película sobre el arte de la guerra. Ridley Scott retrata al personaje como el más valiente y habilidoso estratega político tanto como un déspota con abundantes cuotas de nacionalismo y egolatría, sin mención alguna a su baja estatura. La secuencia en la que irrumpe en un parlamento lleno de enemigos con la guardia armada, y les pregunta: “¿votamos?”, es más que descriptiva de lo anterior.
Sin embargo, la interpretación de Joaquin Phoenix es solvente pero menos brillante que la lograda en Joker o The master. Por supuesto que resulta raro ver a Napoleón hablando inglés, así que para apreciar la película en su justa medida hay que aceptar el trato de estar viendo una aproximación libre del personaje hecha por Hollywood. Aún así disfruté mucho el gesto –desconozco si verídico o no– cuando Bonaparte se tapaba los oídos luego de ordenar el disparo de los cañones de guerra, mas no el que impacta en una las pirámides de Guiza, hecho que nunca ocurrió y ha despertado la cólera de muchos.
En una historia en la que la guerra es el hilo conductor, una batalla me estremeció visual y cinematográficamente (la banda sonora compuesta por Martin Phipps y la fotografía de Dariusz Wolski tuvieron mucho que ver). Se trata la ocurrida en Austerlitz y en la que Napoleón acaba con los ejércitos ruso y austriaco en un lago helado. En estos minutos entendí el peso histórico del personaje. Fue un sanguinario. La película asegura que fueron más de 3 millones los muertos bajo su mandato. ¡Que barbaridad! ¡Vayan a verla!